No es fácil recibir el elogio unánime de la crítica, pero la nueva entrega de la saga Zelda ha vuelto a conseguirlo. El mundo entero parece rendirse ante las virtudes de un videojuego que, ante todo, ha sido capaz de volver a hacernos sentir niños a quienes peinamos canas. La secuela de Breath of the Wild no es más de lo mismo; es más, mucho más, y mucho mejor, que aquello que vimos y disfrutamos en aquel título que revolucionó los juegos de mundo abierto en 2017. Es más en cuanto a cantidad: Hyrule parece haberse casi triplicado en extensión. Sus escenarios pueden ahora recorrerse de forma vertical; por el suelo, de forma tradicional, pero también por el cielo y el subsuelo de estos paisajes agrestes y oníricos. Y para ello Link cuenta con nuevas habilidades, es decir, nuevas
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